viernes, 10 de abril de 2009

UNA MAÑANA DE ABRIL, 15:00 H. GOLGOTA.




Una ligera brisa matutina se cuela entre los edificios, casi reflexiona por las calles, pasa etérea sobre las briznas de césped húmedo por el rocío de la mañana, hace bailar con cadenciosa sintonía el heno sobre los campos, provoca olas pequeñas y momentáneas en el mar...
No es una brisa cualquiera, es calma, quieta y sosegada. Te acaricia, no te golpea, te roza suave, casi pidiendo disculpas por pasar, se cuela entre las copas de los arboles serpenteando, intentando no molestar, intentando pasar desapercibida porque hoy no quiere que se la note, no hoy....

La luz del sol se extiende como un manto sobre la ciudad, sobre cualquier ciudad, sobre cualquier vasto campo, laguna, mar, montaña o bosque. 
Pero no es una luz cualquiera, tiene algo especial. Es hermosa como la de todos los días pero es mas tenue, es suave, no te provoca ese leve picor cuando se posa sobre tu piel mucho tiempo, no te provoca ese ceño fruncido para poder visualizar algo material ante su magna potencia, es cálida pero fría, es luminosa pero tenue, porque no quiere llamar la atención, no quiere que nadie hable de ella, no quiere ocupar ningún puesto en las palabras de los hombres, no hoy....

El cielo es azul, de un azul celeste, mágico. Es bello pero tímido a la vez... 
El día esta despejado, apenas pasan nubes pero allá a lo lejos, en el horizonte, algunas transitan, pequeñas y esculpidas por el aire, unas tras otras, como en procesión, una tras de otra parecen cabizbajas, parecen tristes, hoy no se mueven vivarachas, hoy no pretenden provocar ningún comentario, hoy no tapan el sol, hoy no llevan lluvia, no hoy....

Las voces de la gente que pasa por la calle llaman tu atención. Unos niños juegan en un jardín, un grupo de personas desayuna en un bar tranquilamente conversando y algunos coches te sacan del semi trance que te provoca el estar escuchando en la distancia las palabras y conversaciones de esas personas. 
Que raro... ¿Por qué casi puedo oírlas? ¿Por qué falta algo en el ambiente? ¿Qué hay de extraño en este precioso día? ¿Qué falta...? Entonces fijas tu mirada sobre la delicada rama de un arbusto en lontananza y los ves allí, posados, distantes, tranquilos y silenciosos.... !Es eso¡. 
No pian, no hablan, no cantan. Esos pajarillos risueños y revoloteadores están silenciosos... no tienen su revolotear habitual, no tienen esos cánticos que endulzan el día a día de cualquier ciudad o campo, no quieren que nadie fije la atención en ellos. Están allí a lo lejos, sobre la rama, reflexionando, hoy no quieren ser los protagonistas, hoy no quieren que se oiga su canto, no hoy....

Es extraño, parece que todos miran en una dirección, parece que la brisa también ondea en esa misma dirección, parece que el manto de luz del sol se esparce dulce y silencioso en ese mismo camino, el mismo camino por el que esas pequeñas nubes desfilan cautas y penitentes, ese camino, brújula en mano, por el que el mundo se detiene este día del mes de Abril desde la mañana hasta las 15:00 de la tarde no es otro que la latitud 31º 47 norte longitud 35º 10 oeste... ¡si!, es Jerusalén.

La mañana se cuenta con parsimonia cada hora, cada minuto y cada segundo. Parece que el mundo se estremece con cada una de las franjas horarias. Cierro los puños y los aprieto cabizbajo, consciente de todo en ese momento. Nada material tiene importancia, nada de las múltiples tonterías que provocan nuestra ira y copan nuestros deseos día a día.
Y pienso.... reflexiono, y cada una de las personas del mundo que somos conscientes de ello en ese determinado momento nos trasladamos... Y pensamos y seguimos meditando, y nuestras lágrimas desfilan por las mejillas recorriendo ellas también un vía crucis, y ya trasladados allí, un nudo de dolor y de vergüenza nos aprieta en lo mas profundo de nuestro ser, un nudo que no nos abandonara en toda la mañana y que no debiera abandonarnos en toda la vida.

¿Dónde estará ahora?... me pregunto. 
Ya lo han sacado de la torre magdalena, ya ha sido escupido, golpeado, insultado y vilipendiado por los esbirros de Caifás, ya le llevan a Pilatos mientras podemos sentir como las cadenas en sus muñecas nos aprietan a nosotros también por nuestra culpa y nuestra miseria. 
Podemos sentir sus pasos torpes por las cadenas que también aprietan sus tobillos. Podemos y debemos sentir cada escupitajo en su rostro como si fuese en el nuestro, cada golpe, cada insulto, cada mofa, cada burla que soporta con estoicismo, con el estoicismo de un Rey, el mas grande del universo.

El dolor se acentúa. No es solo un dolor físico sino es mas bien un dolor espiritual, de vergüenza por todo lo que hicimos y hacemos pasar cada día a nuestro Rey, a nuestro Señor. Por todos y cada uno de los momentos del día en que no actuamos conforme a su palabra. 
Y ese dolor nos aprieta, pero decidimos que debemos vivir cada segundo de su Vía Crucis, sentimos que no debemos abandonarle en ningún momento, que no debemos alejarnos porque nos necesita, nos necesita con EL, para que seamos conscientes de su sufrimiento por todos nosotros. Entonces clavamos nuestras rodillas, apretamos aún mas los puños hasta clavar las puntas de los dedos en las palmas de nuestras manos y cabizbajos, compungidos con un dolor que nos corta la respiración, caminamos hacia Pilatos oyendo las burlas y las risas, los insultos y las pedradas. Ya le llevan...

Con su dulce y preciosa mirada pensativa, pero recia, sin vacilar ni un segundo, podemos notar el correr de la sangre por su barba, como humedece sus labios metalizando su paladar. 
Somos conscientes de su sufrimiento y queremos hacerlo también nuestro, pero el dolor se acentúa aún mas cuando sabemos que, aún queriéndole como le queremos, amándole como le amamos, todos y cada uno de nosotros hemos conformado también parte de esa jauría degenerada que le escupe y le agrede. Somos parte de ellos cada vez que caemos víctimas de la tentación y víctimas de nuestro ego, cada vez que nuestro materialismo y nuestra envidia inunda nuestra vida y cada vez no hemos actuado conforme a lo que nuestro Señor nos dice. Somos conocedores y depositarios de esa verdad; de que también escupimos y golpeamos, y entonces el dolor que EL experimentó se hace insoportable pero necesario para expiar nuestra vergüenza y ser conscientes de que debemos enmendar tanto....

El tiempo parece haberse detenido, y ahí estamos, absortos en su dolor que es el nuestro, reclinados sobre nuestras rodillas, con la cara gacha, avergonzados. La procesión de lágrimas no para de hacer su recorrido por nuestro rostro descendiendo por nuestras mejillas. 
Y le contemplamos ahí, delante de Pilatos, y podemos observar como Pilatos sintió ese irrefrenable deseo de arrodillarse ante Jesús sabiendo que se encontraba ante el Hijo de Dios, ante su autentico Señor, y que delante de el no era nada. Pero siguió con su terrenal deber sin saber porque, confundido ante la presión de la jauría humana que deseaba despedazarlo con sus manos.
Y habló... y le preguntó.... y recibió la respuesta que sabía, era la verdadera... Y una vez más, como muchos o casi todos hacemos en muchas situaciones cotidianas, se lavó las manos, le echó el muerto a otro, se quitó de encima como pudo la tremenda culpa y gritó y vociferó ante las bestias...

     - !A quien queréis soltar. A un asesino o a Jesús¡ 
     - !A quien queréis que de libertad, a Jesús que no ha hecho nada malo ni tiene delito alguno, o a Barrabás¡.

Y en nuestros oídos estupefactos truena ese unánime grito de infamia una y otra vez.
       
     - !BARRABAS, BARRABAS¡

Y damos un giro de tuerca mas a ese dolor tan profundo que sentimos. Y quedamos perplejos como quedó Pilatos ante la envidia, necedad, egoísmo, superficialidad, materialidad, falsedad y maldad a la que es capaz de llegar el ser humano. 
En ese momento oímos como Pilatos le condena pero no quiere que sufra, o no quiere que muera, o quiere que sufra pero no mucho... En verdad lo que quiere es dejar libre a su Rey y rendirle honores de Rey. Pero no puede ante lo que cree que es su deber, al menos no quiere sentir esa tremenda culpa que ya le corroe sus entrañas.

Ya notamos como tiran de EL hacia el patio interior, ya vemos el reclinatorio, ya podemos contemplar en la mesa las varas, los látigos, las cadenas, las ganzúas, los flagelos romanos que están preparadas para rasgar la carne de nuestro Señor. Y contemplamos la jauría sedienta de sangre como toma posiciones para ser testigos de la crueldad y del dolor, del sufrimiento y de la pena que alguien va a soportar por todos nosotros....
Cruzamos nuestras muñecas en horizontal, tomamos la posición mas precisa para poder sentir en nuestras espaldas, en nuestro corazón y en nuestra consciencia todos y cada uno de los latigazos que va a recibir nuestro Padre. 
Queremos aliviarle el sufrimiento sabiendo que todos y cada uno de esos latigazos son para todos y cada uno de nosotros y queremos sufrirlos con el, no queremos rehuirlos ni un segundo, no queremos dejarle ni un momento, no queremos que este sólo, porque El lo es todo...

Y cuando apretamos los dientes, cuando la procesión de lágrimas se acentúa, cuando nos preparamos y compungimos nuestro rostro a la espera de ese primer latigazo que cruce nuestro cuerpo... el mundo se detiene, la brisa se detiene, los pájaros levitan en el aire, las nubes paran su curso y la tierra deja de girar.
Allí en medio de la muchedumbre esta ella, nuestra madre María
Dios... es tan dulce su mirada, es tan sereno su rostro, es tanto su amor. Allí esta, mirándonos a todos, mirando a su hijo Jesús que por encima casi de todo, es su hijo. Allí esta contemplándonos, haciéndonos saber que esta siempre con nosotros, en el sufrimiento y en la pena y vemos como una lágrima que parece un diamante brota de sus ojos y corre hacia su manto como una estrella fugaz recorre el firmamento. Y sentimos morir, sentimos el dolor mas tremendo que podamos sentir, sentimos el dolor mas fuerte profundo y verdadero que podamos experimentar, un dolor ante el que esos latigazos no son sino simples caricias,
        
     -¡No sufras madre!, ¡No sufras por Dios!, porque todo dolor puedo soportar menos tu sufrimiento.

Y sentimos como sus miradas se cruzan, como el universo y los planetas se detienen ante ese amor tan fuerte e incondicional. Y cuando estamos completamente absortos en su belleza, sentimos el primero...

     - UNUS.... DUO...TRES....QUATTUOR... 

Y sentimos como la carne se desgarra, notamos como tiembla indefenso ante la maldad y la saña con que le pegan, notamos como su sangre salpica en la cara a sus verdugos, y escuchamos la atronadora voz de la maldad, la atronadora voz de la infamia del ser humano, esa que ahora suena en nuestros oídos en latín, contando cada uno de los latigazos. 

      - DUODEVIGINTI....UNDEVIGINTI.... 

Y así todos y cada uno de nosotros le vemos buscar con su perdida mirada a su luz, a su madre entre el gentío, y la encuentra, y por ella se levanta y podemos ver como la sangre corre por su cuerpo como una cascada de vida, de su vida entregada por nosotros, y por ella aguanta estoico el sufrimiento para que no le vea que sufre, para hacerla parecer que no es nada... para que ella no sufra.

La mañana continua y sentimos las inquisidoras miradas del gentío ante ese cuerpo desnudo, chorreante de sangre y cruzado por innumerables latigazos, burlado con una capa escarlata y con una corona de espina que en EL, son la vestimenta mas preciosa y sublime que haya y la corona mas mágica y poderosa que Rey alguna pueda soñar ostentar.

Contemplamos como no tiene ni una pizca de ira en su mirada, como su rostro y su semblante es sereno mientras exhala amor por todos y cada uno de los poros de su machacada piel. Pero el gentío es insaciable...
          
     - !CRUCIFICALE¡, piden a gritos

Y Pilatos les dice
      
     - ¿Acaso no es suficiente esto?

Pero nada es suficiente para ellos...
      
     - !CRUCIFICALE....¡

Y vuelve Pilatos a lavarse las manos pero antes, osa decirle al Hijo de Dios, que tiene el poder para dejarle libre o para crucificarle. Y Jesús le mira y ante esa mirada vuelven a temblar las rodillas de Pilatos pidiéndole al cuerpo que se deje caer y se incline ante nuestro Señor. Y Jesús le dice que solo tiene el poder que se le dio desde arriba...Y ante esa frase Pilatos es consciente de que no tiene ningún poder sobre el, solamente el que Dios le permite tener. 
Entonces es consciente de que todo este sufrimiento solo es posible porque Dios, porque Jesús nuestro Señor, lo asume por todos nosotros. Porque con una sola palabra suya, con un solo gesto de su Santa mano, el mundo claudicaría ante su amor. Pero el no opta por el camino fácil, el sabe que el sufrimiento y su padecimiento es la única forma de redimir al mundo de sus pecados. Y lo acepta, lo asume y lo lleva a su máximo exponente de dolor y crudeza.

Ya sentimos en nuestro hombro la pesada cruz, ya podemos verle con su pobre túnica ensangrentada pegada al cuerpo, ya podemos contemplarle caminar entre los insultos y las risas de la muchedumbre, ya podemos verle caer por la debilidad que tanto sufrimiento ha provocado en su cuerpo. 
Y queremos apartar a toda esa gente de la calle, sentimos rabia y sabemos que no debemos sentirla y queremos correr y coger esa cruz entre todos, queremos clavar nuestras rodillas y ayudar a nuestro Señor a levantarse, queremos soportar el peso de su cruz y gritar a la gente... ¿Qué hacéis?, ¿No os dais cuenta de quien es?. ¿No os dais cuenta de como nos quiere a todos?. ¿No os dais cuenta de que pudiendo no hacerlo, acepta todo este sufrimiento para el perdón de nuestras culpas?.
Y sentimos como nadie le ayuda, nadie le tiende una mano sino es para pegarle o arrojarle una piedra, nadie excepto su madre María. Esos ojos son sus faros que le guían, esa mirada es como una luz en medio de la noche, esos ojos que con tanto amor y sufrimiento le siguen por su Vía Crucis camino del calvario. Y esa mirada de María es bálsamo para sus heridas, es calma y sonrisa para su rostro, es agua de manantial para su sed. 

Y continua su camino casi sin poder, con la mirada perdida entre el gentío, con la sangre saliendo de su cuerpo y creando un reguero divino de amor. Y entonces llega esa tercera caída tan dolorosa, llega ese golpe de la cruz sobre su hombro cuando está ya en el suelo. Pero esa caída es distinta, en esa caída se encuentra con la frágil y bella mano de su madre María sosteniéndole mientras  posa delicadamente su otra mano ensangrentada en el suelo, reclina su magullada rodilla, sostiene su cruz y.... la mira.
Y sus miradas vuelven a unirse y a cruzarse, y el universo vuelve a conmoverse, y los ángeles despliegan sus alas y las doblan hacia delante reverenciándose ante su Señor y su Madre, y todo vuelve a detenerse, el sol llora lágrimas de luz y la brisa ni siquiera osa pasar cerca de ellos porque ese momento es la señal de amor mas sublime que el universo y la historia de la humanidad hayan podido contemplar.

Los soldados les separan y todo vuelve a surgir... el dolor y la sangre. Continuamos su camino hundidos nosotros también por tanto dolor y tanto amor, también en nuestro mundo todo se ha detenido por un momento, todo se ha detenido en este día de dolor y de amor.

Ante el brutal castigo que esta recibiendo por parte de los soldados, estos mismos buscan a un pobre hombre de campo que pasaba por allí con sus hijos, un hombre de la aldea que es conducido ante nuestro Señor para que le ayude. Ahí esta, ya le vemos, Simón de Cirenea. 
Ya esta ahí, protestando, quejándose y preguntándose porque debe llevar la cruz de un condenado.
Pero sus protestas enmudecen cuando se agacha, desliza su hombro derecho bajo la pesada y sanguinolenta cruz y le mira.... y ahí lo entiende todo... 
Ahí se hunde y contempla el rostro mas bello de la creación, ahí contempla a su verdadero Padre y todo toma sentido, pero no un sentido cualquiera, sino un sentido único, un sentido del que nunca ha sido consciente, pero a su vez también nota que ese sentimiento siempre lo ha tenido dentro de si mismo. Y levanta la cruz con fuerza y le susurra al oído... 
   
     
     - ¡Vamos Señor mío!, ¡Vamos... Yo te ayudo!... 

Y nota el brazo de Jesús como le rodea su espalda y un escalofrío recorre su piel porque lo que le rodea es un ala de libertad, es el abrazo de la creación. Y entonces siente que es un afortunado por poder ayudarle, y siente que esa cruz debiera ser solo para el... Y se pregunta que como es posible que este padeciendo esto por nosotros y le vuelve a decir...
  
     - ¡Señor apóyate en mi, yo te ayudo, vamos.....!

Ya llegan al monte del calvario, ya el gentío ha vuelto a tomar posiciones para ver la crucifixión... Pero ya no gritan, ya no vociferan. Parece que dentro de si mismos han sido conscientes de lo miserables que son y de lo que han hecho con su Mesías, con su redentor, con su hermano, con su amigo y Padre Jesús.
Ya solo le contemplan ensimismados, algunos con lágrimas en los ojos, otros optan por irse ante el sufrimiento que empiezan a notar.
Su cuerpo ensangrentado es tumbado sobre la misma cruz que ha cargado sobre sus hombres y con cada tirón sentimos como los nervios de sus brazos se contraen y se rompen con cada clavo, con cada martillazo dado por sus verdugos. Ya vemos como sus ojos buscan esta vez a su Padre en el cielo, como mueve su rostro hacia izquierda y derecha buscando a los suyos, mirando a los soldados como estiran sus clavículas y dislocan sus hombros para poder clavarlos en su sitio. 
Entonces cruzan sus pies para atravesárselos con otro clavo y notamos ese dolor insufrible, inhumano... y nos doblamos no solo de dolor físico sino una vez mas de dolor espiritual, de sentimiento de culpa. Ahí se alza sublime como un Rey, clavado en una cruz por amor a todos nosotros. 
Ahí esta, bajo el cielo que empieza a nublarse. Parece que no solo el sol sino que la lluvia, las nubes, el viento y todas las componentes meteorológicas han venido también a contemplar y a rendir pleitesía al Rey del Universo.
Y su madre se acerca a EL, le besa sus pies, le pide morir con El, y El la mira, y se cruzan una vez mas sus miradas y con esas miradas no hace falta decir nada mas, en ese segundo se han cruzado la historia completa del universo, de la creación y de la humanidad, el pasado el presente y el futuro de todas las civilizaciones que pueblan el universo, todo esta dicho, todo esta hecho y notamos como alza su mirada, como tiembla de dolor, como tiene ese momento de duda y de miedo sublime, y como encomienda su espíritu a su Padre.

Ya exhaló. Y entonces notamos como nos arrancan el corazón y el alma, notamos como nos ha abandonado el amor en su estado mas puro, como nos ha abandonado nuestro Señor, golpeado, insultado, fustigado y crucificado por nuestras culpas, nuestros pecados y nuestras tentaciones.
¡Como le hemos tratado!, ¡Cuánto mal le hemos hecho Dios mío¡. ¡Que poco nos pidió y que mucho nos dio!.
Y entonces la tierra tiembla, se abre y el aire brota de la nada con ira, con fuerza. Las nubes descargan agua sobre el monte de la calavera, parecen furiosos por todo lo que ha sufrido el Hijo de Dios. Y el gentío que queda sale despavorido mientras Caifás ve como el templo se le viene encima y se rompen los muros, y llora y se vuelve a rasgar las vestiduras diciendo... ¡Que hemos hecho!.

El cuerpo de nuestro Señor Jesucristo yace sobre el regazo de su madre con su sereno rostro lleno de amor y yacemos nosotros también con EL, casi en el suelo, destrozados de dolor, destrozados de pena y de vergüenza, pero también llenos de amor y orgullosos de ser hijos de Dios y de ser discípulos de nuestro Señor Jesucristo.
Y entre todo ese dolor tan sublime notamos como los pajarillos comienzan de nuevo a volar y a cantar, notamos como la brisa toma fuerza, notamos como el sol brilla con todo su fulgor y como todo gira de nuevo. 
Pero...¿Cómo puede ser?... !Como es posible de que todo se vuelve alegría, todo se alza de nuevo¡. Nos levantamos y somos conscientes una vez mas de todo. De que EL, Jesús, es el camino, la verdad y la vida. Y contemplamos la creación y sentimos dentro nuestra una alegría enorme que nos hace de nuevo llorar, que nos hace saber que Dios, que nuestro Padre Jesús de Nazareth va a resucitar, que nunca nos va a abandonar y que debemos ser conscientes de que la mejor manera de rendirle honores, de amarle, de quererle, de adorarle y de seguir su senda de enseñanzas y de vida hasta llegar a nuestro Padre, es sentir la Fe, la esperanza y la ayuda al prójimo. Luchar contra las tentaciones, contra el odio, la lujuria, la avaricia, la envidia y tantas cosas que nos apartan de su camino. Y sobre todo, abrir nuestros corazones para sentir en toda su pureza la cosa mas bella del mundo... EL AMOR.

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