miércoles, 27 de marzo de 2019

EN EL PATIO DE LAS COLUMNAS

Aquel hombre despertaba de un sueño. Un sueño que no era como tantos otros había tenido en su vida; ¡había sido tan real...!

Recuerdos de su pasado aparecieron en su mente con una fuerza tal, que los ecos de un imposible resonaron en su alma trayéndole canciones de su infancia. Por un momento tuvo la sensación de que en algún punto de un universo paralelo o de un lejano planeta seguían sucediéndose las escenas que coparon su niñez y que, como tantas otras cosas, se perdieron poco a poco en la melancólica nostalgia de la bruma de un amanecer.

Las escenas que habían llegado a su corazón se empezaban a esfumar como la niebla cuando aparece el sol, pero aún quedaban rastros de ellas, como una dulce y tenue fragancia a dama de noche.


Ese mismo día se reunía con sus antiguos compañeros para visitar de nuevo el colegio de su niñez.
Al caminar a su lado, en su mente y en su alma afloraban preguntas con una respuesta ya anticipada. En su corazón resonaban los ecos de aquellas risas y de aquellos pasos dados en su infancia en aquella escuela de sus vidas; juntos fueron creciendo por aquellos pasillos de mármol veteado, sobre aquellas pétreas y vetustas escaleras, entre los altos muros y las robustas paredes que volvían a vibrar con sus pasos al igual que entonces, cuando siendo niños, caminaron juntos como ahora volvían a hacerlo.

Aquellos hombres pudieron comprobar como a su vez, aquellas aulas y aquellas estancias seguían cobijando sus voces; los murmullos de un pasado grabado en tono sepia; el pasado y los recuerdos de aquella generación del 75 que como tantas otras dejaron su impronta en aquel colegio, en La Salle, emblema e historia de una escuela, de una ciudad y de una estirpe docente que también ayudó con sus manos a esculpir y dar forma a la arcilla de nuestra personalidad.

Todos y cada uno de aquellos lugares aportaron su granito de arena a la banda sonora de nuestra historia; una historia que tal vez haya sido elevada al cielo por las almas de los profesores que ya no están, o que aún hoy, ya ancianos, también se recrean en sus recuerdos desde un punto de su retiro en el invierno de sus vidas.

Hermano Gabino, Hermano Quintiliano, Hermano Justo, Srta. María Gracia, Srta. Pilar, Sr. Tapia, Don José Ramón Fernández Lira, Don Camilo, Don Manuel Pareja, Don Manuel de Caso, y tantos y tantas otros y otras, para los que también vayan nuestros recuerdos, nuestra admiración y nuestro homenaje por tantos años de esfuerzo y docencia, en los que nos ayudaron y nos guiaron mientras guardaban en lo mas profundo de su ser aquellas inocentes voces que ahora, tal vez, siguen resonando en sus corazones como un coro que surca las estrellas en un firmamento plagado de recuerdos.

En los ojos de sus antiguos compañeros pudo ver reflejada su propia infancia; aquellos rostros en los que el paso del tiempo había dejado su impronta seguían guardando un destello de los niños que fueron; y mientras les miraba podía sentir los rayos de un sol que ya pasó, de un sol que les iluminó en aquellas eternas y sencillas excursiones a la suara, al Recreo de las Cadenas, a la gruta de las maravillas, o a Sevilla, donde los recuerdos nos traen aún el sonido de los remos y el frescor de las gotas de agua en nuestros rostros mientras paseábamos en barca por la plaza de España con Don Manuel Pareja Obregón como capitán de aquellos pequeños navíos.... 

Tantos y tantos lugares repletos de momentos...; los teatros navideños, como aquella lluviosa mañana del invierno del 82 donde nuestras manos tocaban los finos bastones de madera, los sombreros de paja reposaban sobre nuestras cabezas y los chalecos de borreguito cubrían nuestros cuerpos mientras formábamos como pastores sobre el escenario, sosteniendo una simple cartulina en la que enviábamos al mundo nuestro mensaje...; la clase de 5º B les desea Feliz Navidad y Feliz año 1983.

El sol a veces se ocultaba tras las nubes que cubrían el cielo en aquellas tardes de lluvia y verbos, iluminados por los fluorescentes blancos, bajo la tutela de Don Manuel.

Un sol que nos acompañaba también en aquellas solemnes misas matutinas; en aquellos juegos en el patio; en aquellos bocadillos envueltos en papel albal; en aquellas inocentes risas que flotaban en un aire limpio y puro, donde la maraña de ondas electromagnéticas de las nuevas tecnologías aun no había aparecido, y donde el sol rozaba nuestra piel con la suavidad y la pureza con la que lo hicieron aquellos soles del pasado, como despidiéndose de aquella generación del 75, aquellos niños de la clase B, aquellos hijos del ultimo sol del ayer.

Bajo nuestros pies podíamos sentir la vibración de aquellas estancias, y aquella misma vibración nos traía recuerdos de antaño; los nervios de la recogida de notas, las calurosas tardes de un verano de recuperación, la siempre dura vuelta a clase y los pasos que resonaban como una estampida al salir el ultimo día para encarar las vacaciones de verano.

La pizarra ahora parecía mucho mas pequeña de como la recordaban sus ojos de niños cuando subían nerviosos hacia ella tras la llamada del profesor.
Las ventanas seguían mostrándoles el patio con las canchas de baloncesto, alrededor de las cuales tantas y tantas veces corrieron en clases de gimnasia, junto a los frontones verdes y el edificio de ladrillo amarillo que albergaba el gimnasio.

El patio de las columnas de granito gris les sostenía...; aquel lugar en el que tantos y tantos juegos se habían sucedido mientras crecían al abrigo de su sombrío frescor y bajo la mirada atenta de aquellos hermanos con sotana y manos entrelazadas en la espalda, que con su esfuerzo y dedicación hicieron mucho mas fácil la labor de unos padres en la educación de sus hijos.

Aún hoy, pasados ya los años y con el patio en completo silencio, parece que en cualquier momento la antigua campana de bronce va a sonar tiñendo el ambiente con su sonido metálico y severo mientras mirábamos al hermano Gabino que la hacia vibrar con fuerza anunciando la vuelta a las aulas.

El suave sonido del agua del estanque sigue sosegando nuestro animo, como el hipnótico siseo que se quedó grabado en nuestros corazones cuando compartíamos momentos en aquellos bancos de piedra del jardín que se elevaba frente a la capilla y al lado del aula de música, donde tantas veces interpretamos con triángulos de metal, panderetas y flautas las ancestrales melodías de nuestra infancia.

Tal vez si nos quedásemos muy en silencio en medio de la noche clara y pura del verano, por una de las ventanas de la clase llegasen a nuestros oídos los acordes flautiles de aquel “arde londres”; me pregunto si aún lo seguirán interpretando los niños actuales, pero seguro que no sonara igual, porque cada generación tiene sus propias notas, sus propios acordes que se afinan para hacerlos maridar a la perfección con la sintonía de nuestros corazones.

Puede que estas líneas solo sean el grito en el desierto de un eterno nostálgico, de alguien que se aferra a unos recuerdos que no le anclan a un pasado, sino que le hacen saber quien es y quienes fueron aquellos y aquellas que le acompañaron en los primeros años de su vida, en esos años donde la magia aún reside y fluye a borbotones de nuestra alma dejando el recuerdo eterno e imperecedero de unos momentos que formaran parte de nuestra historia para la eternidad.

Ahora, en la madurez, vuelves a encontrarte con tus compañeros y compruebas como las vidas de todos y cada uno de ellos tomaron derroteros distintos; matrimonios, hijos, proyectos en el extranjero, desengaños sentimentales, equivocadas o acertadas decisiones, arduos trabajos, y algunos tristemente desaparecidos, para estos últimos, descansen en paz amigos; y entonces recuerdas la frase de aquella mítica película “cuenta conmigo”, en la que el protagonista, desde su despacho, con sus hijos correteando a su lado, escribía en un viejo ordenador aquella frase:

Nunca tuvimos amigos como los que tuvimos siendo niños....¿acaso alguien los tuvo?”

y te das cuenta de cuanto los aprecias y los apreciaste, te das cuenta de cuanto los echaste de menos cuando aquellos años de la EGB terminaron y nos abrieron las puertas a una jungla muy distinta de los verdes y frondosos pastos por los que habíamos caminado en nuestra infancia.

Le doy gracias a Dios por haberos conocido, compañeros; por haber tenido la mágica e impagable infancia que tuvimos rodeados de nuestras familias.
Tal vez ahora, con el paso del tiempo y el derrotero que tristemente a veces esta tomando la sociedad, nos demos cuenta de lo afortunados que fuimos al poder crecer en aquellos años donde aún flotaba en el aire el suave y aromático éter de la esencia de nuestros antepasados, una fragancia llena de disciplina y principios, pero también de amor, de magia y de puros y verdaderos deseos de nuestro bienestar presente y futuro.

Espero que esos recuerdos siempre nos acompañen y que a las generaciones venideras, a vuestros hijos, y a cualquiera que llegue a vuestras vidas, les contéis las historias, las vivencias y las aventuras que tuvieron aquellos niños que fuimos y que siempre seremos, para que ellos también puedan conocer la simpleza, la magia y la pureza de una infancia de años pasados, que puedan aspirar el aroma de nuestros recuerdos y que puedan conocer la historia de aquellos amigos, que ahora y gracias a varios de nuestros compañeros, seguimos en contacto.

Y a vosotros niños y niñas del presente, deciros que aprovechéis y exprimáis al máximo esta infancia en la que estáis; no tengáis prisa por crecer, no caigáis en la trampa..., no adelantéis el reloj de vuestra vida, porque estos momentos no volverán, y creedme, mas de una vez querréis volver a ellos cuando pasen los años.
No atended a modas ni a engaños, no perdáis la magia y la esencia de vuestra niñez, haced caso a vuestros corazones y a la luz de vuestras miradas, jugad, corred, cantad, soñad, y guardad en vuestra alma cada momento vivido, será un gran tesoro para vuestra vida.

Y estas han sido las líneas homenaje a una generación, a unos buenos amigos y a todas las personas que formaron parte del magnifico elenco protagonista del teatro de nuestra infancia.

Entre todos estos momentos que ahora afloran a nuestra mente conforme retrocedemos a esa época, una cosa es segura queridos compañeros, que independientemente de donde estemos y de lo que hagamos, por encima de alegrías y preocupaciones, problemas o desasosiegos, siempre habrá un segundo de nuestras vidas, aunque solo sea un segundo, donde un recuerdo surgirá con la fuerza de un relámpago y el brillo de una supernova en nuestra alma para hacernos esbozar una sonrisa recordando algunos de los miles y miles de momentos que vivimos juntos en aquellos años de nuestra niñez, los años y los recuerdos de los alumnos, compañeros y amigos de la generación del 75, Colegio La Salle Buen Pastor Jerez, letra B.

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