lunes, 9 de julio de 2012

AQUEL SOL DE NUESTRA INFANCIA

Cuando estamos solos, cuando nos encontramos sumidos en la nostalgia, en alguna terraza, en nuestro propio cuarto de estar, podemos tener esa sensación...
Tal vez ni siquiera cuando estamos solos, ese rayo puede encontrarnos incluso cuando estamos con personas a las que queremos, cuando nos reunimos con nuestras familias y las anécdotas comienzan a fluir de unos en otros, haciendo nos reír...
Ese rayo puede alcanzarnos cuando estamos con nuestros amigos, en alguna terraza, o cenando en casa de alguno de ellos, tomando una copa o departiendo y contando las innumerables "hazañas" de nuestra niñez.

Entonces es cuando nos encuentra..., entonces es cuando, como un rayo de luz, nos cruza la mente y el alma, el recuerdo de aquella luz...

Aquella luz que ilumino nuestros días de niños, aquella luz de aquel sol de nuestra infancia...

Tal vez os haya pasado alguna vez amigos, sobre todo a los que nos acercamos a la cuarentena, los que hemos superado con creces la treintena de años, y tenemos nuestros recuerdos de aquella niñez, de aquella inocencia, a veces y por desgracia tan lejana, y hoy día debido al brutal cambio de sociedad que hemos sufrido, nos hemos convertido en viejos prematuros que cuentan sus batallas y no entienden como ha cambiado todo de una manera tan radical.
A veces, al menos a mi me pasa, nos sumimos en el recuerdo, como quien se lanza a un lago de agua cristalina, y nadamos y buceamos y reímos y soñamos, recordando todos nuestros años pasados.

Pero no anclados en el, no de una forma en la que no avancemos hacia el futuro, sino utilizando esos recuerdos como aprendizaje, como un viejo y vetusto libro que se abre una y otra vez y tiene las paginas gastadas, nos sumimos en aquel lago, como quien se sumerge en un oasis, para salir, aunque sea por unos minutos, de la rutina que actualmente nos rodea.

Quien no recuerda su niñez, aquella niñez, aquel sol, aquella luz, no soy ningún entendido en temas electromagnéticos, pero a veces pienso que el sol de antes era mucho mas luminoso, claro y puro que la luz que actualmente tenemos, no se si los años y años de avanzes tecnologicos en materia electromagnética ha cambiado nuestra realidad, hoy día estamos rodeados de móviles, señales wifi, portátiles, enormes antenas de telefonía, etc.. etc.. etc.., tantos y tantos dispositivos que lanzan al aire sus enormes ondas, invisibles en apariencia ,pero que quien sabe como nos están afectando y como están afectando a la naturaleza, no se si es por ese motivo amigos, pero parece que la luz no es la misma que ilumino nuestra niñez.

Nos encontramos sumidos en una profunda crisis moral y social, donde todos o casi todos intentan alcanzar la felicidad como quien mira hacia una ventana de un piso y alguien deja caer un billete de 500 euros, se lanzan descosidos a por el, empujándose y pisoteando a quien se caiga delante, así parece que buscamos la felicidad hoy día, sin darnos cuenta que tal vez la tenemos a nuestro lado, que tal vez la hemos tenido siempre con nosotros en cada pequeño momento, en cada pequeña sonrisa, en cada pequeño tropiezo incluso, en cada pequeño aprendizaje. Tal vez hoy día se haya acelerado ese proceso que hacia que nuestros ancianos abuelos con 80 y 90 años, nos sentaran al pie de la mecedora y nos contaran mil y un cuentos, mil y una batallitas que sin saberlo iban taladrando en nuestro corazón una enseñanza milenaria, una enseñanza fundamental para nuestras vidas y que hoy día, se esta perdiendo en este lupanar de amoralidad, perversión, egoísmo y tecnología del ocio en que se esta convirtiendo la sociedad,

Tal vez todo ese proceso amigos se haya acelerado, y ahora con 35, 36,37 años, somos nosotros, quienes nos apresuramos a compartir nuestro pasado con los jóvenes y niños de ahora, como quien grita al viento, diciendo: ¡¡Todo puede cambiar!!, ¡todo puede ser de otra manera!, ¡todo puede ser distinto!, y tal vez, en esa distinción, encontrar la tan ansiada felicidad que muchos buscan en cosas que no la dan.

Quien no recuerda su infancia amigos, aquella infancia, aquellos momentos que están grabados a fuego en nuestra memoria, quien no recuerda aquella playa de nuestra niñez, aquella agua, aquella luz, jugando en la arena, correteando mientras nuestra familia nos rodeaba.
Tal vez todos hayamos tenido un verano en Sanlucar de Barrameda, solo el nombre para muchos de vosotros cambiara, pero seguramente lo que no cambiara es el recuerdo de aquellas carreras por el paseo marítimo en bicicleta, rodeado de tu familia, soñando y jugando, recién duchados, con nuestra piel marcada por el sol, con un bocadillo en la mano, imaginando mil y una historias, con nuestros primos, Laura, Alvaro, Diego, Paco, Borja, etc..., recorriendo un camino ya trazado por Dios, ideando mil y una aventuras en mágicos mundos de fantasía, haciendo carreras por quien sube mas rápido una barra de metal del porche, cayendo rendidos en la cama por la noche, con la suave y dulce luz de la luna entrando por la ventana y acariciando nuestro rostro, sumiendonos en un dulce sueño, del que despertábamos al compás de las olas del mar tan cercano a nuestra casa, despertándonos con el olor a café que nuestra abuela Maruja preparaba en la cocina, despertándonos con el ajetreo del desayuno, y el sonido de la manguera regando el patio por nuestro abuelo Paco, despertándonos y haciéndonos saltar de la cama en aquel mágico verano, encontrando a algunos primos aun dormidos y a otros sentados en el porche con un bocadillo de mantequilla y un colacao, iluminados una vez mas por aquella luz, de aquel sol de nuestra infancia.


No nos esperaba ninguna videoconsola en aquel despertar, no nos esperaba ningún ordenador, ningún messenger, ningún tuenti, ningún facebook, no nos esperaba ninguna webcam, ni ningún chat...
Nos esperaba el sol, nos esperaba la brisa del mar, el olor salado de la marea, nos esperaba nuestro amigo de la casa de enfrente para irnos con las bicicletas a jugar, nos esperaba, un balón, un escalón, un trozo de jardín donde colocar los muñecos como si fuera una invasión a otro planeta, nos esperaba el observar a nuestra abuela haciendo la comida, nos esperaba un buen baño en la playa y horas y horas de juegos con las palas y los cubos de arena y agua, nos esperaban nuestros tíos Paco, Alvaro, Jesús, Carlos, Fernanda, para acompañarlos a comprar, o a pasear o a sentarnos en el porche a charlar, nos esperaba nuestro abuelo Paco para ir a comprar al centro y tal vez, en aquella compra, nos regalaba un pequeño muñeco, que para nosotros era el mayor de los tesoros, nos esperaba la noche con olor a gomina patrico y colonia atkinson de nuestros tios y padres saliendo a compartir una velada de tertulia, en noches de brisa, verano y barlovento, nos esperaba la vida, el día a día sano y limpio...
Como os digo amigos nos esperaban todas esas cosas y no una pantalla con un teclado delante para hacernos autómatas. Tal vez amigos entre todos, debemos hacer que los niños de hoy día no esperen esa pantalla y ese ordenador o esa consola, sino que esperen la luz del sol en sus rostros.


Tal vez todos soñemos incluso con aquellos momentos amigos, aquel olor a espeto de sardinas en el chiringuito de playa cuando íbamos temprano con nuestro padre a tomar el sol y a jugar en la orilla con cubos de agua y arena, incluso recordamos como la mayor hazaña jamas contada, aquellas caminatas mañaneras desde Sanlucar hasta Chipiona, por la orilla del mar, recordando como si fuese ayer, cada pequeña concha encontrada, cada pequeña ola que golpeaba con suavidad los tobillos caminando.
Aquel paisaje... aquellas dunas, aquellas conversaciones con nuestro tío Paco, contándonos cientos de batallas, que no eran otra cosa sino palabras que estaban destinadas por Dios a nuestro aprendizaje y a forjar nuestros recuerdos. Aquel sol  que bronceaba nuestra piel, y aquel mar, aquella agua, aquellas mañanas mágicas, iluminados por aquel sol de nuestra infancia.



Y fueron pasando los años, fuimos creciendo, y compartiendo otros momentos, que ahora, en la lejanía temporal, encajan como un perfecto puzzle en tus recuerdos, recordamos aquellas mañanas de sábado, iendo hacia la playa de Punta Candor, o hacia la playa de Atlanterra al son de canciones de Juan Luis Guerra y Carlos Vives, recordamos aquellas mañanas de sábado, con el coche lleno de butacas, neveras, toallas, que en su momento nos parecieron un duro trabajo de llevar, pero que con paso del tiempo, añoras y las llevarías una y mil veces.

Recuerdas, el coche, la carretera, el sol entrando por la ventanilla, las peleas y los juegos en la parte trasera del coche, recuerdas el camino hacia aquella playa, tal vez todos hayamos tenido una tía Fernanda y un tío Ramón, una madre Chari y unos primos Laura y Borja, tal vez todos hayamos tenido unos amigos Rosi y Manolo y Cristina y Jose, con los que hayamos compartido aquella mágicas mañanas de sábado, con las sombrillas, el balón, los baños interminables, las tertulias, la luz del alba y posteriormente la luz del atardecer cuando recogíamos los bártulos para volver a casa, todos tenemos esos recuerdos amigos, y en esos recuerdos se encuentra gran parte de la felicidad que hoy en día ansiamos encontrar corriendo como descosidos, y queriendo tener cosas materiales, o tal vez forzando situaciones que no están preparadas para nosotros, pero que, dejandonos llevar por la dinámica de la sociedad actual, ansiamos tenerlas, sin darnos cuenta de que la felicidad la hemos tenido gracias a Dios a nuestro lado, cada día de nuestra vida.




Con el paso del tiempo amigos, vamos siendo conscientes de muchas cosas, y vamos conociendo la verdadera naturaleza de cada momento que hemos vivido, mas feliz o menos feliz, todo es un aprendizaje que conforma nuestro ser, nuestra verdadera identidad, que esta muy lejos de ser la que muchos intentan enseñarnos en nuestros días de amoralidad, perversion, egoísmo y avaricia.

No amigos, no es esa nuestra esencia, no es la avaricia, la envidia por lo material, el egocentrismo, la prepotencia, el orgullo mal entendido, los celos, y el pensarnos mejores que quien tenemos a nuestro lado, nuestra esencia es otra, esta dentro de cada uno de nosotros y nos va enseñando cada día de nuestra vida, encontrando a Dios en cada pequeño momento vivido, encontrando a Dios como quien encuentra a un padre, como el niño que se va de las faldas de su padre para corretear por el parque y que tras innumerables caídas, charlas con amigos, pelotazos, carreras y jolgorios, cuando cae rendido y se cansa, vuelve a su padre que es donde encuentra su felicidad, su seguridad y su fortaleza.
Así volvemos a Dios y no debemos apartarnos de el, ni de sus palabras que están dentro de nosotros mismos, y aprender de cada segundo, para ser conscientes de que tenemos todo lo que necesitamos tener.

Cuentan amigos, que en la batalla de Iwo Jima, en aquella cruenta batalla de la primera guerra mundial, en aquella isla de japón, fueron muchisimos los jóvenes que combatieron perdiendo de un tajo su inocencia en aquella playa oscura y de negra arena, allí desembarcaron y se mataron miles de jóvenes americanos contra otros miles de jóvenes japoneses, compartiendo ambos no solo balas, sangre, gritos y dolor, sino también recuerdos, llantos y ansias de volver con sus familias, porque no querían estar allí, ni estar en aquel sin sentido, matándose sin conocerse y sin saber muy bien porque.

Cuentan que algunos de los supervivientes, ancianos ya, en sus lechos de muerte, rodeados de sus familias, solamente dejaban caer una lágrima por sus mejillas, y de toda aquella carnicería, de toda aquella crueldad, de todo aquella masacre, solamente recordaban los momentos en los que los altos mandos les daban vía libre para darse un baño en el agua con sus compañeros, aquellos soldados en su vejez, solamente recordaban, que un día fueron un grupo de chavales bañándose en el mar y jugando en sus pocos ratos de ocio.

Tal vez amigos por muchas cosas que tengamos o ansiemos tener, por muchos trabajos que queramos tener para tener mas ingresos económicos, muchos coches que queramos comprarnos, muchos pisos, muchas ansias de chalet y piscina, muchos trajes y vestidos, muchas horas de gimnasio para poder tener un cuerpo que este bien visto por la sociedad, tal vez por muchas novias o novios que busquemos, por muchas cosas que queramos tener y poseer, tal vez porque nuestro vecino las tiene, después de todo ese sin sentido materialista, cuando cerremos los ojos y encontremos la felicidad, siempre recordaremos aquellas carreras por la playa rodeados de nuestros primos, en aquellos mágicos años de nuestra niñez.

Hay una canción que puede plasmar musicalmente muy bien estos recuerdos, y la necesidad diaria de Dios en nuestra vida, y no es otra que la famosa "Stand by me" de Ben E. King.
El comienzo de esa canción dice algo así como:

Cuando la noche ha llegado
Y la tierra está oscura
Y la luna es la única luz que veremos
No, yo no tendré miedo
No, yo no tendré miedo
Mientras tu estés, estés conmigo


En la película, que toma el titulo de la canción, interpretada por Richard Dreyfuss, hay una escena final, en la que el protagonista ya en la edad adulta, y después de recordar su infancia junto a aquellos amigos, después de narrarnos que paso con cada uno de ellos, algunos murieron, otros perdieron su rastro, otros tomaron rumbos distintos en sus vidas, etc... después de todo eso, terminaba su narración diciendo algo así como:
"nunca tendremos amigos como los que tuvimos en nuestra infancia, ¿acaso alguien los tuvo?"

Tal vez, nunca tendremos recuerdos como los que tuvimos en nuestra infancia amigos, acaso ¿alguien los tuvo?.

Porque tal vez amigos, jamas, por muchas vicisitudes que nos encontremos en la vida, por muchos problemas y muchos contratiempos que vivamos, nunca dejaremos de ser un grupo de niños que corretearon hacia el agua por la playa con sus primos, iluminados por aquel sol de nuestra infancia.