viernes, 18 de enero de 2013

EL SUSURRO DE LAS ESTRELLAS

En la fría estepa siberiana existe un pueblo llamado Yakuto, en aquel pueblo ocurre un mágico fenómeno, cuentan que en las noches mas gélidas, cuando la temperatura supera los -60º, los caballos cuando respiran congelan el aire exahalado, convirtiéndolo automaticamente en cristales de hielo debido al enorme frío imperante, ya que el sonido viaja mucho mas rápido en un frío extremo, cuentan que es particularmente mágico y bello... ese sonido se conoce como, el susurro de las estrellas...

Una gélida brisa invernal, surcaba aquel pequeño pueblo, en aquel frío mes de diciembre.
Los adoquines de las calles, empapados en escarcha, coreografiaban junto a la luz de la luna, una estampa propia de un cuento de Charles Dickens, bien pudieran haber recorrido carruajes de antaño aquellas calles, que no hubiesen desentonado nada, aun siendo aquel un invierno del siglo XXI.


A lomos de aquella brisa recorremos las callejuelas de aquel precioso pueblo, serpenteando entre ellas, hasta dar con una pequeña casa en las afueras.
En esa casa, contemplamos como un ventanuco de ojo de buey, es iluminado por el pequeño haz de luz de una vela, tenue, amarillento y tembloroso.
El silencio inunda todo en aquella noche, solo interrumpido por el crujir de los arbustos, al ser mecidas sus endebles ramas por el viento reinante, aquella luz de luna, anticipaba algo fuera de lo común, aquel ambiente atemporal, aquella casa, aquellas calles, aquella estampa fuera de todo mundo e impregnada de una nostalgia infinita, nos transportaban a siglos pasados, a siglos donde la magia reinaba y recorría los rincones del mundo, nos transportaba a mecedora crujiente de viejo roble , a libro polvoriento de algún ancestral cuento de juglares tiempos, nos transportaba tal vez a la esencia de todo, sin ningún lastre, sin ninguna cadena hecha por la modernidad y la tecnología que hoy día usurpan a manos llenas lo que siempre debe pertenecer al recuerdo y a la inocencia.

Aquel pequeño ojo de buey, impregnado de la fría humedad de aquella noche, nos adentraba en un viejo desván, polvoriento, lleno de muebles apilados, viejas cajas llenas de revistas, percheros, un cabecero de cama ajado y lastrado por el tiempo, una mecedora carcomida y rota, varios espejos, y un sofá, todo en una casi completa oscuridad salvo por aquella vela encendida, en el pretil de aquel ventanuco, una vela que nadie supo muy bien a ciencia cierta quien y porque encendió en aquella noche.
Los rayos de la luz de la luna se adentraban en el desván y comenzaban a reflejarse de espejo en espejo, creando una sinfonía visual mágica y enigmática, aquel baile de rayos lunares, finalizaba cuando ese haz de luz iluminaba el pequeño sofá, que reposaba en una de las esquinas de aquel viejo desván.
En aquel sofá, descansaban los cuerpos inertes de siete muñecos, apilados uno encima de otro, con sus sempiternas sonrisas perdidas en la bruma del recuerdo, con sus brillantes ojos abiertos, mirando al infinito, deseando volver a ser lo que un día fueron.

El primero de ellos era un gusiluz, aquel muñeco que ilumino las noches de varias generaciones hace ya unas décadas, su nombre era Manuel.
El segundo era un muñeco propio de una galería de coleccionistas, ya que aun siendo también uno de aquellos gusiluces, era un bebe gusiluz, que algún día se hizo y se dejo de vender, y hoy día era casi imposible encontrar algún muñeco similar, su nombre era pep nel.

A su lado, un enorme muñeco de nieve, con patas larguiruchas y delgadas, un peto azul abotonado, una nariz de zanahoria, y un gorro azul, con formas propias de la vestimenta de un tirolés, descansaba apoyado en los dos gusiluces, su nombre era Tomas.
En el otro lado, dos pequeños ositos de peluche, uno de color marrón, algo rechoncho con orejas redonditas y otro blanco algo mas grande y con un lazito en el cuello, reposaban sobre el brazo del sofá, sus nombres eran Esteban y Paquito.
Y entre medio de todos ellos un pequeño muñeco del pájaro loco, con un batín y una taza de café en la mano, llamado woody, sujetaba a otro aun mas pequeño, que era similar a un duende de la nieve, con pinta de sindicalista y una gran barba, y que se llamaba Evaristo.

Todos aquellos muñecos descansaban en aquel viejo sofá desgastado por su uso en años anteriores, manchado por los bocadillos de nocilla de aquellos niños en su infancia, por el cola cao de cientos de tardes de televisión y merienda, por los zapatos de los pequeños de la casa, que aun a costa de riñas y regañinas, se subían al sofá, para saltar y gritar y sudar y jugar como se jugaba antes, con el corazón y con el alma.

Allí como digo, reposaban aquellos muñecos, en el mas absoluto silencio de la noche, hasta que el haz de luna, rozo el pecho de Manuel, aquel entrañable gusiluz...
Fue como un suspiro de magia, de repente y sin saber ni como ni porque, aquel gusiluz, exhalo aire, y dejo caer una lágrima por su rostro de caucho, hasta recorrerlo y caer por su regordeta mejilla empapando el pecho de su traje de peluche.
Tomo vida, miro a un lado y a otro sorprendido, inhalo y exhalo, una y otra vez, contemplando todo lo que le rodeaba, no sabia nada, pero en su mas profundo ser, recordaba...

Cuando se incorporo, miro a su lado y vio a sus compañeros, y pensó en porque fue el y no otro de aquellos muñecos, el que había recibido aquella bendición y había tomado vida en aquella noche invernal.

Se bajo a saltitos de aquel sofá, y recorrió todo el desván, mirando las esquinas, las cajas, los espejos y todos los objetos que allí había, y volvió corriendo hacia donde estaban sus compañeros.
.-¿Y porque no?... se dijo asimismo,
.-si yo he recibido esta bendición, ¿porque mis compañeros no?, ¿como podría volver a suceder?.

Entonces y sin pensarlo, toco con su manita de peluche, el pecho de Tomas, que de manera sublime e inmediata tomo un gran suspiro de aire y le miro, con sus ojos negros y su sonrisa, contemplo a Manuel sonriendo, y se abrazaron, no duraron ni un segundo, en uno por uno ir tocando el pecho de los demás muñecos que allí había, Pep nel, Paquito, Woody, Esteban y Evaristo, tomaron vida, brincando como críos, saltando en el sofá de un lado a otro, se bajaron todos y correteaban por aquel desván sin saber que hacer, como auténticos niños repletos de una mágica energía, iban de un lado a otro, y casi sin pensarlo fueron corriendo hacia la puerta que separaba el desván de un lúgubre pasillo, en el que unas escaleras daban paso al piso central de la casa, donde la familia hacia su día a día.

Abrieron la puerta, no sin cierto esfuerzo, y se deslizaron por el pasillo con sus pies y sus patitas de peluche, hasta que llegaron a la escalera...
Pensaban bajar y gritar
!!!estamos aquí, miradnos¡¡¡. ¿Donde están los pequeños?, ¿donde quedaron aquellas noches de cuentos y almohadas, de pijamas de franela y de baños calientes antes de ir a la cama?, aquellas tardes de tareas y de fútbol, aquellas historias preciosas que los padres contaban antes de dormir a sus hijos, ¿donde estaban? ¡¡¡vamos... queremos volver con vosotros!!!, ansiaban gritar.
Pero no encontraron eso, sus pequeñas vocecitas se apagaron, ya no gritaban ni reían, ya no saltaban, solamente contemplaban agarrados a los barrotes de la escalera la dantesca y triste escena que impregnaba el piso central de la casa.

Soledad...
No había nada mas, solo una inmensa soledad, solos las luces encendidas hacían ver que aquella casa era ocupada por seres humanos, nadie hablaba, nadie comentaba, nadie reía, el televisor encendido mostraba imágenes de violencia y de risotadas, sarcásticas y desagradables, insultos y mofas, lujuria y perversión, eran contempladas por los padres que sin hablar, como autómatas consumían horas y horas de aquellas macabras imágenes.
El pasillo era solitario, las puertas de las habitaciones estaban cerradas, ya nadie llamaba, nadie reía, nadie gritaba, ni se arremolinaba junto a los padres para contarles historias del colegio, ya no...

Cada niño estaba en su cuarto, imbuido en un submundo de tristeza y de automatismos, todo era frío y ajeno a lo que aquellos muñecos recordaban.
Manuel bajo con mucho cuidado las escaleras, puesto que la escena le sobrecogía y ya ni se atrevía a mostrarse, y abrió con sigilo la puerta de una de las habitaciones de los niños.

Si lo que anteriormente vio le atormento en sobremanera, lo que en ese momento contemplaba, le hizo derramar lágrimas como una cascada por su carita de caucho con olor a fresa, su sonrisa se borro de su rostro, y su pequeño pecho solo hacia suspirar, ahogando cualquier tipo de ruido para que no notasen su presencia.
En aquel cuarto no había niños...
En aquel cuarto, no se sabia muy bien que eran, pero desde luego no eran niños.
Dos de ellos estaban sentados como si de una secta se tratase, y contemplaban un televisor, donde un esperpentico juego trataba de atropellar personas con un coche, disparar a otros, violar y derramar sangre, y matar, y cuanto mas mataban, mas felices parecían.
En otra mesa dos niñas tenían un ordenador encendido, y se dedicaban a observar a gente por una pequeña cámara en sus cuartos y a hablar con ellos, poniendo símbolos en la pantalla, mientras otras personas que ni siquiera ellas conocían, les pedían que pusiesen aquella pequeña cámara para verlas, quien sabe si con algún perverso fin.


Si el ambiente en la calle era gélido, el de dentro de la casa era la pura congelación del alma y del corazón.
Manuel encajo de nuevo la puerta con suavidad, y sollozando volvió hacia las escaleras donde sus compañeros le esperaban para consolarle.
No dudaron en abrazarle y ni siquiera le preguntaron que había visto en aquella habitación, puesto que, lo que ellos contemplaban en aquel momento, ya les daba esa respuesta.

Todos los muñecos se miraron y pensaron, ¿donde están las risas y las charlas?, las reuniones y las tertulias que ellos recordaban, aquellas noches donde los pequeños apretaban su cuerpecito para que la luz de sus caritas iluminara la noche de sueños y alguna que otra pesadilla, ¿donde estaba la cena, donde la algarabía de llegar a casa después de un duro día de trabajo y tener el calor de un hogar?.

Allí no había calor ninguno, solo portazos y algún que otro grito mal dado irrumpían aquel desesperante silencio, cada cual iba a su mundo, iban a la cocina comían, y volvían a encerrarse en sus cuartos, nadie hablaba, nadie compartía, era una familia, pero se comportaban como personas ajenas y que prácticamente no se conocieran.

Ya no había nada de eso, y aquellos pequeños muñecos decidieron volver a su desván, a su mundo, donde seguramente serian mucho mas felices, querían cerrar la puerta y volver a aquel viejo desván, y al menos estarían con sus historias y sus recuerdos, jugando y saltando en aquel viejo sofá, pero ajenos al dolor que les había provocado las escenas contempladas en aquella casa que tanta vida tuvo en años anteriores.

Cerraron con mucha suavidad la puerta de su desván y corretearon como locos mirando todo lo que allí había, jugando con los juguetes que se apilaban en un rincón, y recordando como eran parte mas del mobiliario habitual de las habitaciones de los niños en sus tiempos.
Se giraron y contemplaron como en una esquina del desván había una pequeña mesita, un poco descascarillada, vieja y algo coja, encima tenia una lamparita enchufada a la pared y a su lado una cajita de música.
Sin dudarlo fueron acercándose a la mesita, en fila india, uno tras otros, con sus ojitos abiertos y un gesto de curiosidad en sus rostros, poniendo las manitas encima de los hombros del compañero de delante.
La mesita estaba alta, a un metro de altura aproximadamente, por lo que ninguno de aquellos pequeños peluches podía alcanzarla, así que después de comentar varios planes, decidieron hacer un pequeño “castellet”, subiéndose uno encima de otro para que el ultimo de ellos pudiera alcanzar aquella cajita de música que tanta curiosidad les despertaba.

El primero en ponerse fue Tomas, que era el mas alto de todos, sobre el peto de Tomas fue trepando Esteban uno de los ositos que estaba algo fornido, y se puso con sus patitas sobre los hombros de Tomas que le sujetaba los tobillos con sus manos enguantadas en azul, y sobre todos ellos fue trepando el pequeño Manuel.
Los demás contemplaban desde abajo la escena, no sin soltar alguna carcajada, que hacia que Tomas temblase un poco y los de arriba comenzasen a temer la enorme costalada, Evaristo el mas chico de todos les daba ordenes como si de un capataz se tratase, intentando que el peso de todos fuese compensado. Al final Manuel pudo sobreponerse sobre los hombros de Esteban, y erguirse, llegando a la medida justa para subir a la mesita.
Aquella mesita era pequeña, tenia un dibujo abstracto en su base, era de color marrón suave, con una pequeña lamparilla y una vieja caja de música en el centro, Manuel con sus manitas levanto la tapa de la caja de música, y observo que dentro había una bailarina de danza en cuarta posición, con sus brazos elevados y esbeltos como el cuello de un cisne, era pequeña, pero llena de belleza, de esa belleza sublime y elegante que tenían las mujeres de antes, con ese rostro esbelto lleno de paz y ternura, lleno de bondad y ausente de odio rencor, orgullo y prepotencia como los rostros que por desgracia hoy día inundan las calles.

Aquella muñequita tenia un vestido de gasa blanco, estaba llena de polvo, su mirada estaba perdida en un universo infinito, como anclada en alguna velada de tiempos pasados, como esperando la vuelta que un día tendrá, aquella elegante y perfecta cuarta posición de danza clásica, componía algo tan bello y sublime que Manuel no podía dejar de mirarla.


Desde la mesita les contó a sus compañeros lo que había encontrado, todos le miraban desde el suelo, Tomas miraba hacia delante para no perder el equilibrio y Esteban llegaba con sus pezuñas de peluche a la mesa para asomar sus ojillos y ver a Manuel y aquella cajita de música.

.-!!!Tócala, tócala¡¡¡
Les dijeron todos, para ver si aquella pequeña también recobraba la vida.

Manuel se dirigió hacia ella, y con su manita rozo el hombro de la pequeña muñeca, que inmediatamente sonrió y giró al compás de la melodía del cascanueces.
Manuel se cayó hacia atrás, puesto que aquella cajita de música recobro el funcionamiento de inmediato asustándolo un poco, la muñeca giraba y giraba, sonriendo y tarareando con sus finos labios color carmesí, la música del cascanueces,enigmática y nostálgica..

Entonces la pequeña, saltó de su base, y como las bailarinas profesionales, se dirigió hacia Manuel, sonriendo y abrazándole, Manuel sonrió también y dio la buena noticia a todos sus compañeros que jaleaban y vitoreaban el logro desde el suelo de aquel desván.

La pequeña bailarina le contó a Manuel que se llamaba Svetlana, y le contó mil y una historias de como hace años presidia el salón de la casa, y como la limpiaban a diario, le daban lustre y le sacaban brillo y cada tarde o cada noche alguien de la casa, giraba la llave de la caja de música para contemplar una función mas de su bello danzar, en una perfecta sinfonía.
Svetlana le contó a Manuel como podía ver los ojos llenos de vida de los niños de la casa mientras la veían danzar y danzar, podía ver como la pequeña niña de la casa imitaba sus movimientos y como aquella dulce melodía del cascanueces inundaba cada rincón del salón.

Manuel decidió bajar puesto que Tomas y Esteban aun mantenían el equilibrio, no sin esfuerzo, y Svetlana se sentó al borde de la mesilla para así charlar con todo el grupo, que desde abajo y sentados en corro, como si fuesen “scouts”de excursión, la miraban embelesados.
Manuel comenzó su descenso, poco a poco, la tensión era grande, Evaristo cual capataz se había subido a una caja de zapatos para seguir con sus indicaciones y los demás le tiraban trozos de corcho que habían encontrado mientras Evaristo se quejaba y pedía tensión máxima.

Manuel coloco su pie de peluche sobre la nuca de Tomas, que se quejaba ahogadamente.
Esteban mantenía la compostura mientras su compañero bajaba, sin quererlo, Manuel engancho un poco de pelo de esteban y le dio un tirón, provocando un pequeño alarido de este y haciendo que Tomas se desestabilizase, Manuel perdió pie en la bajada y resbalo por el peto de Tomás, quedando enganchado por su babero y bajándole el peto hasta media pierna, haciendo que se le cayeran los tirantes. Tomas como un automatismo soltó sus manos de las patas de la mesa para subirse el pantalón haciendo que los tres cayeran en cascada hacia el suelo pegándose un buen tortazo, y haciendo que sus compañeros rodaran por el suelo de la risa.
Svetlana no paro de reírse en un buen, rato, aquella caída tan graciosa y cómica la había hecho esbozar una sonrisa propia de una princesa de cuentos, tapándose la boca con su frágil y delicada manita, y mirándoles con una ternura infinita, con aquellos enormes ojos, y aquella inenarrable elegancia.

Una vez que se recompusieron todos y se explicaron unos a otros lo que había pasado, comenzaron en corrillo a contarse historias de antaño, de las risas, de los juegos, recordando aquellas noches, aquel verano metidos en la maleta cuando se iban de excursión con toda la familia, aquellas navidades en las que, como uno mas, contemplaban desde el sofá del salón la maravillosa estampa de la cena familiar, llena de carcajadas, besos y abrazos, miradas tiernas, historias de los abuelos, escuchadas sin titubear por toda la familia, aquella maravillosa estampa familiar, de la esencia de lo que somos, y de lo que nunca dejaremos de ser, por mucho que algunos depravados que campan a sus anchas hoy día por el mundo quieran hacernos cambiar de opinión con sus lascivas mentiras.


Todos compartían sus historias, y decidieron cantar juntos canciones de sus tiempos,decidieron recorrer el desván uno tras otro, bailando y danzando, correteando y jugando entre las cajas, no paraban de divertirse, Svetlana los miraba desde la mesa, aplaudiendo y jaleandolos, y bailando ella sola, fuera de la caja, iluminada por la lamparilla de la mesita, danzaba agarrando suavemente las puntas de su vestido de gasa blanco, cerrando los ojos y tarareando cancioncillas, tal vez recordando esa magia de antes, esa nostalgia infinita, esos recuerdos en los que se sumergía como un lago de fresca y clara agua, para no ser consciente de las aberraciones que las épocas “modernas” habían perpetrado en el mundo, en la sociedad, en las familias y en los niños.


Eran ya las 6 de la mañana, cuando Svetlana llamo a Manuel, y sentada en el borde de la mesita, mirando hacia abajo, le dijo:

.-Ya dentro de poco va a amanecer querido Manuel, esta mágica noche toca a su fin, sabes que debemos volver a nuestro mundo, a nuestro silencio, a nuestra quietud, sabes que este toque de magia ya toca a su fin, y debo volver a mi cajita de música, a retomar mi postura de cuarta posición.

A Manuel se le humedecieron los ojos, y asintió con la cabeza, sabiendo que Svetlana tenia razón, que aquella noche tocaba a su fin,
.-¡ que bien lo habían pasado ! Pensó.
Como de rápido se les había pasado aquella mágica velada, y como desearían que esa noche mágica fuese eterna, y seguir hablando, danzando, riendo y soñando...

Manuel le pidió a Svetlana un ultimo favor antes de volver al silencio, un ultimo favor, como si aquella pequeña muñeca de cajita de música, hubiese sido su madre en aquella mágica noche, Manuel le pidió que les cantase una nana, que les tararease alguna cancion de cuna, como niños que son, como niños que fueron y serán, le pidió que les tararease una estrofa, con aquella voz mágica y dulce de aquella muñequita, con aquel suave susurro, lleno de nostalgia y elegancia, como la voz nítida y clara de las abuelas irlandesas, cuando cantaban nanas a sus niños en los amplios y verdes campos de la vieja irlanda, querían oír aquella nana, que les transportase como una bruma hacia sus sueños, querían oír como resonaban en sus corazones aquellas mágicas palabras de nana, y que esa brisa les acariciase sus oídos.

Y Svetlana, deslizando una lágrima fina delicada y brillante como un diamante por su mejilla blanca como la luna, les canto...

Duerme niño, mi niño bueno, que papa Dios te cuida desde los cielos. Las mariposas cierran sus alas, se arropan con luceros bajo las palmas, cierra los ojos que yo te canto, mientras velo tu sueño, cesa tu llanto. Duermete mi vida, duerme tranquilo, que la avecita dulce ya esta en su nido, ya estas dormido sigo cantando, a este niño del alma que quiero tanto”.

Svetlana les lanzo un enorme beso con sus manitas, soplándolo para que les llegase a todos aquellos muñecos,
.-Os quiero..., les dijo.


Todos gimoteaban y humedecían sus ojitos empapando sus pechos de peluche y de pelitos, llorando y siendo consolado por sus compañeros.
Y aquella pequeña muñequita volvió a la cajita de música, clavo sus pequeños piececitos con zapatillas de bailarina en la base, formó el ángulo perfecto con sus pies y con sus brazos, y tomo aquella cuarta posición perfecta e inigualable, y volvió a perder su mirada en el infinito, esbozando aquella preciosa y delicada sonrisa de labios color carmín y dientes de nácar.

Todo el grupo de muñecos volvía hacia el sofá, derrotados, tristes y cabizbajos, como si volviesen de una batalla perdida, y todos fueron subiendo hacia el sofá, viendo de reojo como una fina linea anaranjada en el horizonte, anunciaba el inmediato amanecer.
Manuel desde abajo los contemplo, y no pudo por mas sino animarles diciéndoles,

.-.¡¡¡tranquilos!!!,  ¡¡¡tranquilos!!!, al menos estamos juntos hermanos, aquí seguiremos en nuestro sofá, dándonos calor uno siempre al lado de los otros, no estéis tristes amigos.

Todos le miraron esbozando una tímida sonrisa, y fueron tomando las posiciones en las que estaban aquella noche antes de que aquel rayo de luna rozase el pecho de Manuel haciendo que suspirase y diese también vida a todos los demás.

Evaristo se coloco sobre Woody, Tomas a su lado, Pep nel, Paquito y Esteban, todos tomaron sus posiciones, y Manuel se subió al sofá, y fue tocando uno por uno el pecho de todos sus amigos, haciéndoles volver a ese infinito recuerdo, haciendo que sus ojitos abotonados volviesen a brillar inundados de nostalgia, sumidos en un profundo sueño.

Ya todos estaban inertes, ya no gritaban, ya no correteaban, ni derramaban lágrimas, Manuel tomo su sitio en aquella coreografía que formaban sobre el sofá.

Pero antes de volver con sus amigos al silencio, vio como un rayo de la luz del sol, entraba por aquel ventanuco e iluminaba algo que se encontraba al fondo del desván, en la mas absoluta negrura, en la mas absoluta oscuridad, el sol hacia brillar una pequeña cruz, que colgaba de un viejo cabecero de cama que se encontraba dejado caer sobre la pared.


Aquel rayo de luz, hizo brillar la cruz del Hijo de Dios, hizo que en medio de aquella quietud y de aquella tristeza brillase con todo su fulgor aquella pequeña cruz de oro.

Y Manuel antes de tocarse su pecho y sumirse en un letargo, miro al cielo por la ventana, y sonriendo supo que alguien les había otorgado la vida aquella noche, que alguien les había permitido vivir esa mágica velada con sus amigos, que alguien les había devuelto la vida, y devuelto sus recuerdos llenos de magia y bondad, y que tal vez aquella noche solo fue el anticipo de lo que pronto volverá, tal vez todo lo que sucedio en esa noche, fue como un rayo de luz en la oscuridad, porque tal vez, todo, volverá a ser lo que un día fue...