martes, 25 de diciembre de 2012

UNA CARICIA EN BELEN

Llego esa noche, llego ese momento, el nacimiento del Salvador...

Fue en Belén, tal vez en la noche mas larga, resplandeció la luz mas mágica...

Debemos de trasladarnos a ese momento amigos, a esa noche y a los días que anticiparon ese momento, debemos hacerlo desde lo mas profundo de nuestro ser, sin fijarnos en lo material, haciendo que ese momento sea nuestro, viendo ese momento como el nacimiento de nuestro Señor, como el momento de amor mas puro y bello de la historia de la humanidad.

Tal vez hacia viento, seguramente un frío viento como el que recorre las estepas de palestina en el frío mes de tebet, los caminos áridos, llenos de fría escarcha de una posible nevada, la noche cerrada, oscura, fría, pero llena de amor.
Tal vez las estrellas no brillaron esa noche, es probable que no quisieran tener ni el mas mínimo protagonismo esa noche, porque solamente contemplaban su nacimiento.

En esa fría noche solo una luz, mágica, iluminaba desde hacia ya rato aquel pequeño recoveco de piedra, en aquellas cuevas de Belén, donde se solía guardar ganado, para salvaguardarlos de las frías temperaturas de la noche.




Observamos como a lo lejos un hombre, José, viene, agitado, nervioso, buscando entre la pared alguna de esas cuevas, viene corriendo tras haber pedido ayuda en la ciudad y haber recibido mas de una negativa a ocupar una casa para el parto, tras de el, una mujer, María, envuelta en un suave velo, con sus brazos abrazando su vientre, queriendo dar calor a aquella criatura que lleva en su interior, camina despacio atendiendo a las instrucciones de su esposo, el frío viento agita su cuerpo meciendo su túnica.
Adentrandose en la cueva a toda prisa, raudo y veloz aquel buen hombre, prepara con el mayor esmero posible el interior, con las pocas cosas que tiene a su disposición, amasando el suelo con paja y heno de los animales, colocando un candil para iluminar y dar un poco de calor, limpiando lo mejor posible todo el interior de aquella bendita morada.

Tal vez hubiese una mula y un buey, que a buen seguro, se apartaron del interior de aquella cueva y se colocaron a su entrada para minimizar lo mas posible las adversas condiciones climatológicas que se adentraban como cuchillos en el interior helando todo a su paso, pero ellos, sabiendo lo que allí iba a suceder, pusieron también su granito de arena, e hicieron de improvisado muro de dura piel y calor, para que aquella pareja no pasara demasiado frío.




Unas mujeres que vieron la escena de lejos se acercaron para ayudar, entrando también en la cueva, que ya se encontraba mas cálida, con aquella bella mujer recostada en el heno, con aquel hombre clavado de rodillas, ayudando a su esposa, colocándole bien su precioso cabello, intentando que se acomodara y estuviera lo mejor posible para dar a luz a aquel niño...

Tal vez todo se encontrara en silencio, en aquel momento el frío dejo de azotar la estepa, todo dejo de tener protagonismo, la calma y el silencio reinaron en el mundo, porque todo hasta el mas mínimo ser de la creación, observaba lo que sucedía en aquella cueva de Belén, en aquella noche.

Un llanto corrió como un grito de liberación por todo el mundo, un llanto anuncio su llegada, aquel llanto... mágico, resplandeciente, como diciendo: "estoy aquí...".Las mujeres habían ayudado a María a dar a luz al niño, José derramaba lágrimas por su rostro ajado por el frío y el sufrimiento de aquellos días buscando refugio para su mujer, para que pudiera dar a luz al rey del mundo, aquel hombre José, miraba con ternura a aquel precioso niño que ya se recostaba en el pecho de su madre, las lágrimas caían sin cesar por sus mejillas.
La mula y el buey contemplaban en silencio la escena, bien pertrechados en la entrada de la cueva impidiendo que el frío reinante entrara en aquel improvisado hogar.
Unos pastores que se resguardaban en la noche en un refugio cercano, vinieron apresuradamente corriendo a ver que estaba pasando, venían asombrados, con sus varas golpeaban el suelo y con sus manos se frotaban la cara, contándose unos a otros que había pasado, contando a todo aquel que encontraban a su paso como un Ángel, les había anunciado que en aquella pequeña cueva estaba naciendo el Salvador.


Y entre toda la escena, los pastores, las mujeres, la fría estepa de Belén, la mula y el buey, José y todo lo que acompañaba en la cueva, estaba María, aquella madre, con su sereno y dulce rostro, con sus mejillas agitadas del parto que había acontecido, con su pelo largo reposado sobre sus hombros y su pecho, mirando con una ternura infinita a aquel pequeño que con su boquita buscaba el pecho de su madre, mirándola cada poco tiempo, cruzándose sus ojos con los de ella, haciendo que el universo se estremeciera de amor.
Para ella no hacia frío, ni era de noche, ni aquello era una cueva, nada tenia importancia, nada era un inconveniente, solo tenia ojos para su pequeñin, aquel niño al que amaba no solo por ser su hijo, sino también por ser fruto del amor de Dios por el mundo.
Las mujeres habían preparado al pequeño envolviéndolo en una mantita para resguardarlo, asomando su carita al mundo, mirando a su alrededor y una y otra vez buscando la mirada de su madre, reposando su pequeña cabecita en el pecho de aquella hermosa mujer.


A lo largo de su vida vendrían muchas otras caricias, en su niñez cuando ayudaba a José en la carpintería, cuando venia de jugar con sus amigos, cuentan que oraba y oraba con su madre en la intimidad de su hogar, ahí también recibiría caricias que atusarían su suave cabello, cuando paseaba con María por los alrededores de Jerusalén, contemplando la creación y enseñándonos con su palabra, en su madurez cuando nos hizo saber al mundo a que venia, cuando se sentaba al lado de su madre para contarle las maravillas de su Padre del Cielo, de nuestro Padre.

Cuando la miraba desde la lejanía, cuando la multitud le adoraba y le rodeaba en aquellos caminos de galilea, y el siempre encontraba el momento para cruzar una mirada y una sonrisa con su madre.
Y al final cuando todo el padecimiento, cuando todo el sufrimiento, cuando todas sus llagas inundadas de sangre, cuando todos aquellos latigazos, cuando todos aquellos golpes amorataron su cuerpo, y esos clavos penetraron en sus manos y pies, cuando todo su cuerpo era una muestra de sufrimiento y de amor por el mundo, y quedo reposado sobre su madre, a los pies de la Cruz, y ella una vez mas, como desde la niñez, le paso su mano por su pelo enmarañado por la sangre, paso su dulce mano por su rostro, acariciando sus mejillas rotas por los golpes, acariciando su barba, y viendo como su amor, había muerto por el mundo, había muerto para redimirnos de todos nuestros pecados, había dado la vida por todos y cada uno de nosotros, aun a costa del dolor de aquella madre misericordiosa...Decidme amigos, sino es motivo mas que suficiente para vivir por el, para actuar conforme a su palabra y hacer que todos seamos fieles discípulos de nuestro Señor.

Pero en aquel momento, en aquella pequeña cueva de Belén, se produjo la primera de esas caricias, cuando paso su manita por la cabezita y la carita, dulce, sonrosada, suave de su pequeño, que buscaba  y cerraba los ojos para recibir esa caricia, recostado y acurrucado en el pecho de su madre.


Celebremos amigos su nacimiento, celebremos ese momento que cambio la vida, sintamonos también hijos suyos, hijos de Dios, vivamos por el, luchemos por el, hagamos que todo ese amor y sufrimiento sea correspondido como merece, seamos también niños acurrucados en el pecho de aquella preciosa madre, seamos también parte de aquella mágica noche de Belén...

FELICIDADES MI SEÑOR